300 guerreros by Andre Frediani

300 guerreros by Andre Frediani

autor:Andre Frediani
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Bélico, Histórico
publicado: 2006-12-31T16:00:00+00:00


Fuga del campamento persa

–¡Vamos, vamos! —dijo Aristodemo a Eurito, simulando todavía una gestualidad propia de un borracho. Después de haber salido precipitadamente del pabellón por el agujero por el que se había metido, había retomado su movimiento oscilante para llegar hasta donde estaba su compañero.

Los guardias todavía seguían zarandeándolo con los escudos como si fuera una pelota, empujándolo de uno a otro y acompañando el juego con risas y comentarios incomprensibles, pero seguramente sin ninguna nota de admiración. La ausencia del rey, probablemente, les había llevado a perder un poco la compostura y concederse un poco de diversión.

Eurito, por su parte, parecía que no reaccionaba y se dejaba zarandear como un peso muerto, acentuando todavía más sus movimientos oscilantes. Cuando entró en escena Aristodemo, también él se dejó dócilmente sujetar por el brazo del amigo para dejarse llevar. Los persas siguieron riendo pero, ya contentos con la diversión, no hicieron ningún gesto por detenerles, limitándose a reírse algo más de ellos hasta que los dos griegos salieron de su campo de visión.

—¿Ha salido todo bien? —preguntó Eurito en cuanto tuvo la posibilidad.

—¡Qué dices! No estaba en la tienda, aunque era la suya —respondió Aristodemo, desconsolado.

—Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó el otro, preocupado.

—¿Qué vamos a hacer? Si no nos pillan antes, tenemos que averiguar dónde está Jerjes ahora, sea como sea.

Precisamente en ese momento escucharon unos gritos a lo lejos, y vieron unas siluetas moverse frenéticamente en la oscuridad. Había muchas posibilidades de que todo aquel ruido fuese consecuencia del descubrimiento de los cadáveres que habían dejado en la frontera del campamento. Tenían que esconderse, y rápidamente.

Estaban en el borde de la zona destinada a los altos mandatarios. Las tiendas eran más modestas pero de factura aproximativa y carentes de protección, aunque constituían de todos modos una evidente diferencia frente a los sectores donde los hombres dormían a la intemperie. A su alrededor la gente comenzaba a despertarse debido a los gritos que se propagaban de sector en sector. Estaba claro que los contingentes se estaban pasando el aviso de la presencia de extraños en el campamento.

Los dos espartanos irrumpieron en una tienda junto a la que se encontraban en aquel momento. Estaba oscuro en su interior y sus narices percibieron inmediatamente un hedor nauseabundo parecido al de la descomposición que otras veces habían percibido en los campos de batalla el día después del enfrentamiento. Dudaron un solo instante antes de extraer los puñales y avanzar a tientas en busca de alguien a quien clavárselos en la garganta. El primero que se tropezó con un cuerpo humano tumbado fue Eurito, que terminó sobre alguien. Antes de que pudiera emitir un sonido le agarró por el cuello, dejándole percibir la hoja en el rostro. Inmediatamente después también Aristodemo pisoteó literalmente a otra persona, que emitió un grito ahogado antes de que el espartano le reservara el mismo trato.

—¿Alguien habla griego? —dijo Aristodemo.

Silencio.

—Lo repito por última vez. Luego corto en dos la cara que en estos momentos estoy agarrando con el brazo. ¿Alguien habla griego?

—Yo soy griego —escuchó que decía el prisionero de Eurito.



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